Te he buscado...

Te he buscado en el Cielo y hasta en los infiernos: Realmente toda mi vida no he hecho otra cosa que buscarte sin éxito y sin perder mi esperanza...

Siempre pensé que eras alguien y por eso citaba tu nombre; preguntaba por calles y arrabales, por caminos y puentes.

Algunos me llamaron loco porque jamas creyeron que pudieses existir mas allá de mi propia imaginación, otros compadecidos me mentían y decían, esta por allí que yo la vi una vez.

Está por allá pero no recuerdo cuando fue, si hace poco o mucho, y me aferraba a esas indicaciones para no perder mi esperanza.

Realmente ahora se que no tienes nombre, que no sé si eres alguien o algo y que mi alma vagaba tras de ti, sin descanso.

Como el niño que busca el afecto de la mañana o el cobijo de la manta que lo cubre cada noche al cantar de los grillos sagrados.

La he buscado con insistencia entre las matas de paulonias, tras la rama del ciruelo cuando florece, en las perennes nieves de las cimas sagradas y la sombra del naranjo.

Tras los estanques donde se sostiene el loto busque tu desnudez, junto las varas de bambú o las zarzas cargadas de moras del estío.

He hecho lejanos viajes y peregrinaciones buscándola aun en el infinito, pero solo he hallado lo más, su sombra que se desvanece.

Hace un tiempo alguien me leyó un poema muy triste y pensé que era ella, pero al mirar la voz que recitaba el tanka vi que no había nadie en el lugar de donde provenía la voz. Y sentí como un infante al que se desteta para ser adulto.

La he buscado sobre las nubes y en los estanques donde juegan los peces y a veces ante el espejismo he corrido tras una muchacha con cántaro sobre su cabeza.

Con aros en sus lóbulos y cubierta con velo: Pero al girarse he recubierto que no era ella y no me sirven sus parecidos, pues no me perdonaría que pasase de largo y estuviese retozando con otra.

Que la Diosa Aamaterasu no permita que enloquezca del todo, y me admita un resquicio de cordura, pues aun siendo guerrero, conozca que solo he nacido para descubrir florecer la flor del cerezo en la rama.

Y si llego al final de tan arduo camino, se a ciencia cierta que podré dejar descansar mi aljaba a sus pies y mi larga espada en su regazo.

Para que su fuerza me sostenga como el cielo sostiene la inmensidad del firmamento dando forma al cosmos sin parecer pesarle, ligera como la hoja sobre una charca.

Y así entonces descansare de mis guerras y mis violencias, de mis temores y mis huidas de la razón material y mis tormentos.

Y entonces dormiré y seré recordado cuando cuente mi historia el tañedor ciego en su amado koto de madera de los jardines del Emperador del bonzo que lo recite...

Y entonces recordare el más bello poema que escribió la poetisa Murasaki Shikibu

Ignoro el porvenir de la flor que se abre,

Pues ella es la flor del lecho del eterno verano.

Luego el tañer de la pequeña campana.

Su eco.

Sea_Lord